Por Nydia Recio, directora pedagógica del área de Educación con Valores en 21gramos.
Carlos Magro, especialista en innovación educativa y presidente de la Asociación Educación Abierta, es una de las voces más lúcidas a la hora de hablar de educación en España. Es claro a la hora de hablar de los grandes retos que arrastra el sistema, situando directamente a la desigualdad y la falta de consenso en el punto de mira. Desde el impulso de las ‘soft skills’ a la resolución de los problemas sociales, las escuelas y los docentes necesitan la involucración de todos los agentes para impulsar una educación que responda a los retos de este siglo. Sobre la mesa también está el papel de las marcas, que pueden jugar un importante rol pedagógico si se involucran de forma transparente y generosa para ayudar a la educación a llegar esos lugares donde lo tiene más complicado.
¿Cuál crees que es la situación actual de la educación en España? ¿Es cierto eso que oímos tanto en la conversación pública de que la escuela antes era mejor que ahora?
Todo depende de qué esperamos de la educación y del tipo de educación de la que hablamos: escolar, universitaria, en el trabajo, en la familia… La educación es un concepto muy amplio. Sin embargo, para mí es un falso debate peligroso y muy extendido más allá de los profesionales de la educación. Se dice en todo el mundo y ha sido una idea común a lo largo de la historia, aunque ahora ocupa titulares y da pie a que entren ideologías que piensan en la educación no con el deseo de mejorar o progresar, ni siquiera queriendo conservar lo que tenemos, que es muy loable. Si hacemos un estudio hacia atrás vemos que desde siempre los adultos hemos pensado que lo de antes, lo nuestro, nuestra infancia y educación eran mejores que las de ahora. Normalmente, los que indican esto son los que tuvieron éxito en el sistema educativo, aunque también se dice por sesgos que tienen que ver con la retrospectiva del pasado y la nostalgia. Hay muchos efectos psicológicos que nos llevan a esa posición, pero la realidad es que no hay ningún dato del sistema educativo actual en España que pueda dar pie a pensar que estamos en una educación peor de la que estábamos hace 10, 20, 30 ó 60 años.
También hay datos clarísimos que indican que hay más personas formadas y que llegan más lejos en sus estudios que hace 30 años, por ejemplo. Hay muchas menos personas que abandonan el sistema educativo tempranamente y muchas más que consiguen estudios más altos. En ese sentido, en la generalización de la formación y en llevar a más gente más lejos con ella hemos mejorado muchísimo y seguimos haciéndolo. Dicho esto, hay muchísimo que mejorar del sistema educativo de todos los países del mundo. Hay mucha gente se queda en el camino y no sigue estudiando después de la obligatoria. También los niveles de competencia, la justicia educativa, la inclusión… Hay que mejorar hasta dónde llegamos, pero también el tipo de conocimientos que se proporcionan.
«No hay ningún dato del sistema educativo actual en España que pueda dar pie a pensar que estamos en una educación peor»
La educación es el condicionante más relevante de la cohesión social. Los centros educativos tienen el gran reto de formar a sus alumnos también en el desarrollo de las soft skills: adaptación a cambios, trabajo de la autonomía, impulso de la reflexión… ¿Qué papel juega la innovación educativa en todo ello?
Si por innovación educativa entendemos un proceso individual y colectivo de las personas y de las instituciones por mejorar lo que tenemos, entonces sí juega un papel. Sin ese impulso, sin esas ganas de cambiar, no seríamos capaces de alcanzar objetivos que tiene que ver con la equidad social y con la capacitación de las personas en competencias, que no son solo los saberes más tradicionales. No obstante, hay que entender la innovación educativa como el camino para conseguir una educación básica, mejor para todos, más justa, que acabe con desigualdades educativas, que nos haga más competentes. Si la innovación es moda, marketing o greenwashing, no solo no sirve para nada, sino que en muchos casos puede ser perjudicial. Puede llevar a generar estados de opinión como los que estamos viviendo en este momento y que se cuestione lo que realmente es válido.
¿Crees que el personal docente, así como los centros educativos, están haciendo todo lo posible para garantizar esa educación transversal que nos permita construir a los adultos del mañana?
Sí. Pero trataría primero de entender qué son los soft skills que mencionamos en la pregunta anterior. En la actualidad, estamos intentando trabajar otro tipo de habilidades y competencias que son fundamentales para la vida y debemos entender que en el proceso en el que estamos es muy costoso, ya que se trata de un constructo complejo que cuesta llevarlo al aula y que hay que comprender bien. Si entendemos lo que significa ser competente en los ámbitos en los que la ley dice que deben serlo los que están estudiando en la educación obligatoria o post obligatoria, estaríamos incluyendo automáticamente esos soft skills. Al final, lo que se hace es poner en marcha esos saberes más tradicionales.
Ser competente es ser capaz de movilizar conocimientos y prácticas que nos da la escuela, ser capaz de combinarlos y actuar en situaciones de la vida. La pregunta es: ¿se está haciendo? Estamos en ello y llevamos 20 años hablando de competencias, aunque parece que cada vez que sale una nueva ley es la primera vez que se habla de ellas. Por ejemplo, cuando la LOMLOE dio una vuelta de tuerca al tema de las competencias, los titulares decían que se estaba aplicando una ley por competencias, pero en el caso español las competencias están presentes desde el 2006. El problema es que no son comprendidas ni bien compartidas por todos los docentes y las escuelas. Sobre todo porque se han impuesto desde arriba en un proceso demasiado rápido, poco consensuado, poco colaborativo y con poco diálogo. No hemos sido capaces, ni la legislación, ni los docentes, ni los demás agentes, de ponernos de acuerdo en entender qué significa esto en la escuela. Sigo confiando en el concepto, sigo insistiendo en que es un concepto válido, que necesitamos ver cómo trabajarlo. Ese es el proceso en el que considero que estamos.
En el otro lado de la moneda, también hay muchos docentes y muchas escuelas que lo han entendido y lo están aplicando. Allí te encuentras con estudiantes que demuestran unas capacidades que no teníamos hace 40 años, como la capacidad de hablar en público, de conceptualizar, de intervenir y de comprender los problemas generales del mundo. Esto es porque se ha trabajado. Eso son los soft skills.
«Debemos entender que trabajar otro tipo de habilidades fundamentales para la vida es complejo»
En la Asociación Educación Abierta publicasteis el libro gratuito Calmar la educación, que se construye con la voz de maestros, profesores, consultores, empresarios y otros perfiles para formar un pequeño diccionario de experiencias educativas que ayude entender que el aprendizaje de las futuras generaciones debe ser un proyecto común. ¿Qué conclusiones destacarías de esta conversación en torno a cómo deben involucrarse los distintos agentes sociales?
El libro tiene dos ideas. Una es el propio término «calmar» que ahora es más habitual, pero que cuando se publicó no se usaba tanto en el término educativo como a nivel académico, ya que se vinculaba a los ámbitos de las políticas medioambientales, al tráfico y a esos intentos de hacer la ciudad más habitable. Se quería calmar la vida, las velocidades, las ciudades, que hubiera menos ruido.
Centrándonos en la educación, si antes tenía sentido usarlo, ahora mucho más en un momento en el que el debate está tan crispado, tan caliente, acelerado y confrontado. Se está jugando una batalla cultural enorme alrededor de muchas cosas pero, sobre todo, alrededor de la educación porque es un elemento muy sensible en el que es muy fácil generar polarización y enfrentamiento. Pero si queremos pensar en el bien de la educación, en cómo mejorarla, en que los niños y las niñas estén mejor en las escuelas, lo que necesitamos es bajar los decibelios a la discusión, calmar el debate, hacerlo todo mucho más razonado y pausado.
La otra idea es que hace falta incorporar voces. El debate no se puede quedar encerrado en dos facciones políticas, ni en el ámbito profesional de los docentes. Es un asunto tremendamente nuclear en la sociedad que necesita contar con nuevas voces, incorporar a toda la comunidad educativa que, en el fondo, somos todos. Se necesita a los docentes, que muchas veces tienen menos voz de la que se merecen. Por supuesto, también las familias y los estudiantes son importantísimos, aunque siempre sean las voces que están más acalladas. Aquí también se incluyen las voces del tejido productivo o del tercer sector; no diciendo lo que hay que hacer, pero siendo capaces de dialogar. El otro día, de hecho, leí un artículo que decía que la palabra infancia etimológicamente tiene dos partes: por un lado, «in» es una negación y «fancia», con la palabra exacta. De ahí diríamos que decir o hablar de infancia sería hablar de «el que no habla». Cuando no dejamos hablar a todo eso que llamamos infancia y que llega hasta la adolescencia, la palabra infancia se convierte en una especie de profecía autocumplida.
«Necesitamos ponernos de acuerdo en por qué es importante la educación y cuáles son los objetivos que buscamos»
Existe un proverbio africano que dice que «para educar a un niño hace falta una tribu entera». ¿Qué papel crees que juegan las marcas para ampliar y expandir esas paredes de la escuela hacia la sociedad?
Hacen falta todas las voces y, por supuesto, no se puede abordar el reto de la transformación educativa sin ellas. Las necesitamos, especialmente en una sociedad que está en constante cambio y complejidades en el ámbito social y educativo. En otras palabras, las compañías tienen un papel como lo tiene la administración o las familias. Esto sería la tribu: todos los que, de alguna manera, estamos «afectados», en el buen sentido de la palabra, por la educación y sus resultados, deberíamos tener espacios para trasladar nuestra voz.
A veces, sin embargo, hay una cierta tendencia de algunos colectivos a autodenominarse salvadores de los problemas del mundo. Yo no lo cuestiono, pero hay que saber hasta dónde puedes llegar. Por ejemplo, una asociación o un conjunto de grandes empresas que están muy preocupadas porque la educación va muy mal se juntan para tratar de decirle al sistema educativo lo que tendría que hacer para mejorar. Esto es un error ya que no es conversación, sino imposición, cuando el sistema educativo no solo forma para el mercado laboral, sino que forma personas libres, autónomas. Es verdad que que esto ocurra no suele ser lo común, pero a veces nos encontramos este tipo de voces y es peligroso.
«Las compañías pueden aportar de muchas formas, pero asumiendo que se trata de contribuir al bien de los jóvenes»
Por otro lado, es importante entender que la escuela no es la familia. Si necesitamos la escuela es porque necesitamos un espacio ligeramente distinto donde se abordan los derechos del niño: no tenemos que olvidar que el derecho a la educación es un derecho que tienen los niños y una obligación que tenemos los adultos. Lo que intento explicar con estos dos ejemplos es que la escuela trabaja únicamente para los niños, para formar personas independientes con capacidad de decisión, con unos valores compartidos, universales y democráticos. La escuela sirve a los que están dentro.
En este sentido, las compañías, entendiendo bien el papel de la escuela, sí que tienen muchísimo que aportar y de muchas formas, dotando de recursos, contenidos, programas o apoyos puntuales para ciertas áreas de conocimiento, por ejemplo. Esto en algunos países está muy bien trabado y es muy natural, pero en otros es más difícil. Y ese es el camino al que tenemos que ir, asumiendo que no es una transacción: no se trata de conseguir algo a cambio, sino de ser consciente de que con este aporte se contribuye a la formación y al bien de los niños. El derecho de educación de los niños es nuestra obligación como adultos, como familias y como empresas.
En 21gramos llevamos más de diez años desarrollando numerosos proyectos educativos con diversas marcas en el aula a través de Educación con Valores y nuestra metodología Más allá de la Z que nos permiten conocer a qué retos se enfrentan los centros educativos de forma inevitable pero sin recursos para abordarlos. Desde problemas de salud mental a la entrada de la IA en su vida digital, el bullying, la salud sexual, los hábitos saludables… ¿Cómo podemos abordar este déficit de conocimiento desde el ámbito de las marcas para convertirnos en un apoyo para el sistema educativo?
Hay que destacar que existe una cierta tendencia a tratar de abordar problemas sociales desde la escuela porque es la única institución que tenemos para todos. Pero es natural que haya también problemáticas sociales que no tienen que ver propiamente con lo escolar. Un ejemplo muy claro es el del uso de las pantallas y los móviles: en este caso, miramos a la escuela y se prohíben los móviles en las aulas, cuando este es el lugar más controlado donde se está educando en el tema y dándose claves para un buen uso.
Ocurre lo mismo cuando hay un problema de educación sexual o de machismo, por ejemplo: sobrecargamos a la escuela, la cual tampoco cuenta con los perfiles para poder hacerlo adecuadamente. Actualmente, las mayores carencias de personal no se encuentran en los docentes, sino en orientadores, psicopedagogos o educadores sociales. Solo tenemos equipos de orientación en primaria, que además van por diferentes escuelas, y en secundaria, donde hay un orientador por instituto con una ratio de 600 estudiantes. Son demasiados frentes abiertos.
Tenemos que empezar por entender que la educación no solo es escolar y que necesitamos otro tipo de instituciones o de apoyos que puedan estar alrededor de la escuela. Hay mucho que se puede hacer desde las políticas de infancia, sociales o contra las adicciones. También desde las administraciones locales que tienen competencias sobre ciertas políticas y que deberían pensar en qué pueden hacer para ayudar a las escuelas a abordar esto.
Lo mismo pasa con las oportunidades que ofrecen muchas compañías en cuanto a programas, expertos y cursos y que entran dentro de la escuela donde hacen acompañamientos. Esto está genial, pero deberíamos pensar si sería posible otro tipo de configuración para que sucediese en otros momentos, en otros lugares vinculados a la escuela para evitar la sobrecarga. Esta es una reflexión que tendríamos que hacer y que requiere de pensar muy localmente.
«La falta de educación y la exclusión educativa que significa abandonar el sistema tempranamente es una causa directa de exclusión social»
No podemos obviar tampoco el papel que juega la educación en la erradicación de la desigualdad. Actualmente, España presenta los peores datos de pobreza infantil de la Unión Europea según un estudio realizado por UNICEF.
La falta de educación y la exclusión educativa que significa abandonar el sistema tempranamente es una causa directa de exclusión social y de pobreza a lo largo de la vida. La pobreza y la exclusión a su vez son causa directa del fracaso escolar, lo que nos hace entrar en un círculo vicioso difícil de resolver. Gran parte de los problemas escolares y académicos tienen que ver con las condiciones de vida de las personas y con las condiciones de vida del país: está más que demostrado que en los países donde hay más desigualdad se vive peor, los resultados académicos son peores, los índices de calidad son muy bajos y las enfermedades son mayores. No es una cuestión de que los pobres viven mal, sino que los ricos en los países desiguales también viven peor.
Las compañías pueden ayudar a las políticas a ir eliminando las desigualdades, la segregación, las inequidades y los índices de pobreza. Esto es lo que tenemos que hacer porque tiene que ver con la economía, con la capacidad del Estado, con esas empresas que pueden generar escudos sociales para responder mejor a los que más lo necesitan, que son los que luego van mal en la escuela, fracasan y la abandonan. Esos que, a su vez, tienen hijos que entran en esas bolsas de pobreza. Pero también ampliaría miras y pensaría cómo las grandes compañías en colaboración con las administraciones públicas pueden hacer políticas sociales que nos protejan y que hagan que seamos una sociedad menos desigual.
Por último, desde tu punto de vista, ¿qué supone para las marcas invertir en desarrollar proyectos educativos? ¿Cómo les puede ayudar de cara a convertirse en marcas más conscientes e involucradas con lo que hacen (algo que, por otra parte, la ciudadanía exige cada vez más)?
Siendo conscientes del papel que tienen como un actor fundamental en el bienestar de la sociedad. Al final son los agentes que generan riqueza y oportunidades para todos. Por supuesto, esto exige mucha generosidad. Hay que ser muy responsable y transparente con lo que se está haciendo porque se trata del futuro de las personas, para las que hay que buscar un bien común. Entramos en el juego desde el mundo de las compañías, asumiendo mucha responsabilidad, asumiendo lo que estamos haciendo y siendo claros con lo que se está buscando. Dicho esto, hay muchos espacios donde cooperar y soy consciente de que hay que integrar más voces, lo que se traduce en más actores en lo educativo, apoyando, buscando, pensando y orientando hacia dónde ir.